Comunidad de Derechos Sociales

Vigencia del Marxismo
orgelin@gmx.com
Socialismo Vigente:

Reforma y Apertura China Hu Jintao:
-------

Mosquera y sus descalzos

Juan Leonel Giraldo

Un día de febrero de 1972 llegué con mi maleta a una oficina del séptimo piso del edificio Henry Faux. Me gustaba entrar al monumental edificio y recordar que era la obra de Santiago Esteban de la Mora, un arquitecto español que por la Guerra Civil se había exilado primero en Moscú y luego en Bogotá. La oficina era de una agremiación de agrónomos insumisos, y también la sede de un nuevo partido aún más insumiso. En las calles cercanas se erigían las fortificaciones de columnas corintias y frontispicios de mármol de los bancos más poderosos, algunos construidos por las mismas firmas de los rascacielos de Manhattan. También estaban allí la bolsa de valores, el club más aristocrático del país, una de las universidades más elitistas, el servil periódico del establecimiento, el rascacielos del mayor grupo económico, que una mañana vimos consumirse en llamas, el Palacio de la Gobernación con sus estatuas desnudas de la Paz y el Trabajo sobre la cornisa, la lúgubre iglesia de los franciscanos y, a la vuelta de la esquina, el andén donde fue acribillado Jorge Eliécer Gaitán. A unas pocas cuadras estaba la desolada plaza del poder, con el Congreso y sus palacios de la Presidencia y de Justicia, y la Alcaldía y la catedral, tiznados de mugre y de mierda de palomas y de siglos de desidia y sobornos. En todos esos sitios queríamos irrumpir, derribar las puertas y cambiar el país.

Esa mañana tenía cita con uno de los jefes de ese Partido, quien me iba a dar las instrucciones para emprender viaje en una misión especial. Un hálito de desasosiego me embargaba mientras nos divertíamos haciendo chanzas sobre nuestro cometido con otros de los militantes citados para partir hacia distintas ciudades. El Partido, para estupor de muchos, acababa de proclamar que se lanzaba a elecciones. Y yo debía ir a una ciudad adusta y oscurantista, que nunca había pisado, a buscar que la gente votara por un movimiento desconocido, cuando yo mismo ignoraba lo que era empujar un voto por el ojal de una urna. Hacia el mediodía llegó el jefe y me dijo que deshiciera la maleta y me quedara en Bogotá. Mosquera quería que lo siguiera acompañando en la edición de nuestro periódico, un bello tabloide rojinegro que se llamaba Tribuna Roja. Un par de años atrás ya habíamos trabajado juntos en la edición de Frente de Liberación, un periódico que hacíamos con sindicatos y organizaciones de izquierda y con el abogado Diego Montaña Cuéllar. Así se malogró mi oportunidad de haberme enlistado en las filas de la avanzada que más adelante se llamaría de Los Descalzos.

Aquella primera oleada envió a ciudades y pueblos a los militantes que tuvieron la responsabilidad de realizar las primeras elecciones en las que tomó parte el MOIR. Desde ese momento nos desvivíamos por escuchar sus experiencias y la marcha de sus tareas, no sólo porque estaban llenos de la vida del pueblo sino porque en sus manos estaba el destino de nuestro movimiento. Francisco Mosquera era un santandereano de treinta años que combinaba un ceño de hierro con una sonrisa ingeniosa. Hacía pocos años había estado en Cuba recibiendo adiestramiento guerrillero y al volver al país planteó hacer lo contrario. En lugar de lanzarse al campo a irrumpir entre los campesinos con exóticos focos guerrilleros, dijo que había que ir a las fábricas y los sindicatos a ganarse a los obreros. Fue entonces cuando escribió, en octubre de 1965, Hagamos del MOEC un auténtico partido marxista-leninista (2).

Siete años después, cuando la mayoría de la izquierda presuponía que una cualidad revolucionaria era el abstencionismo, llamó al MOIR a participar en elecciones. Publicó entonces su llamado Vamos a la lucha electoral, en enero de 1972. Pocos años más adelante, atendiendo a un proyecto al comienzo abierto, pero después claramente clandestino, extendió el traslado de cuadros al campo y las aldeas. Desde su llamamiento de 1972, Mosquera había advertido que «Los comunistas vamos a las elecciones no a crear ilusiones electorales a las masas, vamos a lo contrario: a destruir estas ilusiones, a lograr que las masas por su propia experiencia comprendan que ese no es el camino que conduce a la liberación». Y volvió a reiterarlo: «Nosotros no estábamos dispuestos por ningún motivo a que quedara flotando en el ambiente la duda de que participábamos en la batalla electoral siquiera con la remotísima esperanza de derrotar a nuestros enemigos tradicionales, no sólo por la desventajosa correlación de fuerzas, sino principalmente por el convencimiento arraigado de que jamás ganaremos el Poder en unas elecciones. En la historia de la lucha de clases no se ha dado aún el primer caso en que los opresores entreguen pacíficamente a los oprimidos las riendas de la sociedad. E inclusive el ejemplo chileno, sobre el que tanto se teorizaba diciendo que había iniciado la época de las revoluciones incruentas, el modelo viviente de la “vía electoral”, “un camino para explorar hacia el socialismo” y demás estulticias, se vino al suelo hecho trizas con el cuartelazo sanguinario de Augusto Pinochet y el sacrificio de Salvador Allende» (3). De entre tantas directrices acerca de la participación en la mojiganga electoral, recuerdo hoy en especial una tríada de sus advertencias: «Ayer predominaba el abstencionismo electoral; hoy predominan las ilusiones parlamentaristas», «Quien subordina la revolución a la democracia o a las reformas, traiciona la revolución», y «Liberales en un frente revolucionario, sí; revolucionarios en un frente liberal, no».

En una reunión regional de cuadros en Marsella, Risaralda, Mosquera no tuvo pelos en la lengua para señalar por qué se marchaba hacia el campo: «Hemos dado mil virajes y vamos a dar muchos más, porque así es la revolución. Seguramente sólo en el campo se podrá crear el ejército, es difícil, sin ser dogmático, que en la ciudad se pueda. Sin crear ejército no podemos nada». En conferencia convocada por los problemas de salud de Los Descalzos y los campesinos, en abril de 1979, volvió a referirse al asunto: «En este momento el 25 por ciento del partido está en el campo. Sin embargo, hay en el seno del partido concepciones contrarias. Por el éxodo campesino hacia las ciudades, algunos se preguntan, cómo es posible que cuando se vienen despoblando las áreas rurales nuestro partido contrariamente plantee irnos para el campo. El problema del campo, históricamente, es el de crear un ejército y hacer la guerra. Nuestra tarea de casi doce años fue la de concentrar esfuerzos en el movimiento obrero. Ahora el partido tiene ante sí el reto de su subsistencia. Si el gobierno ordena aniquilarnos, nuestra salvación está en irnos a vincular al campo. Pero no es sólo esto, es la vinculación del campesino a la lucha. Por la situación de atraso que vive Colombia, la base de nuestro desarrollo está en el campo»4.

Igual que Lenin, Mosquera catalogó la lucha electoral como una lucha no revolucionaria, lo mismo que la lucha sindical. Por supuesto, consideraba que la táctica de ir hacia el campo, hacia zonas profundas y difíciles, y ganarse al campesinado, era una medida que debía tratarse con cautela y en las más altas instancias del partido. También existía entonces la preocupación de que el MOIR fuera visto como una copia y un apéndice de la China de Mao. Siempre que fue necesario, Mosquera, sin dejar de expresar el apoyo a la revolución china, dejó clara la independencia de su Partido. Desde su primer viaje a Pekín, le dejó saber al Partido Comunista chino que de ninguna manera el MOIR aceptaría un solo centavo de ayuda. Los chinos quedaron sorprendidos pues estaban acostumbrados a una procesión de locuaces comandantes que les prometían que en esa lejana Colombia la revolución estaba a la vuelta de la esquina. El 23 de marzo de 1976, en carta dirigida a El Tiempo y titulada «A la revolución sólo la sostiene el pueblo», Mosquera rechazó la temeraria insinuación de un editorial de ese periódico que acusó al MOIR de estar financiado por «el oro de Pekín y por la criminal industria de los secuestros». Mosquera decía allí: «Si el pueblo colombiano no apoya con sus inagotables recursos a la revolución, no habrá quien la sostenga ni financie, dentro o fuera de nuestras fronteras. Como tampoco habrá quien la contenga si se decide a hacerlo». En otra de las conferencias Mosquera le puso límites al siempre delicado asunto del dinero: «El otro problema espinoso es lo del apoyo del gobierno.

Los problemas que tiene la revolución son tan grandes que hay gente que cree que sólo se pueden sacar adelante con la ayuda oficial. Esto ya nos pasó con los agrónomos del Incora (5), a quienes se les dijo que lo primero que tenían que hacer era renunciar al Incora. Yo creo que la ayuda del gobierno es un mito, tiene que ser el pueblo el que financie la revolución. Hay que combatir la teoría del apoyo oficial». Él ya había evidenciado en varios escritos que el Incora, junto con la ANUC y las empresas comunitarias, hacían parte de la reforma agraria integral maquinada en Washington y puesta en práctica por los gobiernos de Lleras Camargo y Lleras Restrepo y por otros presidentes. «La reforma agraria “integral” es realmente un negocio redondo, integral, de los monopolios yanquis por cuenta de las masas campesinas. ¿En qué consiste el negocio? En que el imperialismo yanqui financia la reforma agraria con empréstitos elevadísimos que paga la nación. Con esos dineros se compran las peores tierras de los terratenientes a los mejores precios y luego se les vende cara a los campesinos que reciben parcelas (…). A estos campesinos se les ha entregado un pedazo de tierra en condiciones arbitrarias y antidemocráticas, obligándolos a amarrarse a la tierra e hipotecándolos de por vida»6.

Aquella época de los años 60 y 70 fue, como en la magna novela sobre nuestra soledad, la irrupción de un mundo reciente, donde las cosas había que comenzar a nombrarlas de nuevo. Nunca antes en el país se había debatido tanto sobre la situación internacional, sobre la situación nacional, sobre el carácter de la sociedad colombiana, las clases que la conforman, el estado de sus fuerzas productivas, su economía, su política, y se formularon análisis, diagnósticos, soluciones, tácticas, estrategias, se señalaron los enemigos, los componentes del pueblo, sus aliados, y sobre el qué hacer y cómo hacerlo. Cada partido escogió sus profetas. El MOIR tenía los suyos, Marx, Engels, Lenin y Mao. Pero no se cansaba de repetir que su brújula fundamental era el análisis de la propia realidad colombiana. Se leía entonces mucho sobre la historia y la economía del país. No se me olvidan los artículos de Marx y Engels sobre España, el de Marx sobre Bolívar y Ponte, y también sobre Bolívar El diario de Bucaramanga de Perú de Lacroix. El libro de Puiggrós sobre La España que conquistó al Nuevo Mundo, los ensayos sobre la revolución cultural que fue la Expedición Botánica, Los Comuneros de Germán Arciniegas, las memorias de Florentino González, el clásico Industria y protección en Colombia de Luis Ospina Vásquez, el libro sobre la colonización antioqueña de James J. Parsons, Petróleo, oligarquía e imperio de Jorge Villegas, entre tantos y tantos.

Las asambleas de los sindicatos, de las universidades, de los encuentros campesinos, fueron el escenario de vehementes y enconadas polémicas entre las distintas corrientes políticas de la izquierda. En la dirección del MOIR se estudiaron y debatieron durante dos largos años el Programa General, los Estatutos y otros programas y documentos. Se discutía desde el mediodía o el comienzo de la noche hasta el amanecer. En los ceniceros se desbordaban las colillas de los cigarrillos y en las cafeteras borboteaba el brebaje que nos ayudaba a guardar vela y que llamábamos «café café». A veces hubo que llamar traductores de varios idiomas para comparar las distintas versiones de las palabras de los profetas y finalizar una puntillosa discusión. Los librescos oponentes de Mosquera, sus compañeros en la dirección del partido, trataban de sepultarlo bajo un alud de citas. En la misma reunión de Marsella se refirió a este asunto: «La cita es relativa y la realidad absoluta. Sin conclusiones generales y particulares no se puede actuar. La validez de las citas depende del problema que se quiere resolver. Por eso es tan importante estudiar para resolver problemas». Le gustaba mucho citar una frase de Lenin de Las tesis de abril, en la cual Lenin a su vez citaba el Fausto de Goethe: «El marxista debe tener en cuenta la vida misma, los hechos exactos de la realidad, y no continuar aferrándose a la teoría del ayer, que, como toda teoría, únicamente traza, en el mejor de los casos, lo fundamental, lo general, y sólo de un modo aproximado abarca toda la complejidad de la vida. “La teoría es gris, amigo mío, pero el árbol de la vida es eternamente verde”». Escudriñando «los hechos exactos de la realidad», Mosquera procuraba hablar con la gente que más sabía de los temas que le urgían, lo mismo fuera un obrero que un burgués. Con encaminada disciplina rumiaba una diaria ración de lectura de periódicos y revistas, que recortaba, subrayaba y clasificaba. De esa indagación no se escapaban ni las publicaciones gremiales ni Los Anales del Congreso, La Gaceta del Congreso y El Diario Oficial. Asombraba cómo conseguía, a veces en periódicos que no eran de Bogotá, declaraciones de políticos y empresarios que desnudaban sus reales pretensiones contra el país.

A la par con las actividades prácticas de la política, en el MOIR nunca se dejó de estudiar. Por eso para Mosquera Tribuna Roja era más que un periódico. A él le gustaba definirlo como una de las herramientas fundamentales del Partido, y la forjó y la empuñó como su arma preferida, tanto para las batallas en el país político como para la lucha interna dentro del MOIR. Robert Service, biógrafo de Lenin, escribió por ejemplo que Iskra más que un periódico era un aparato en forma de periódico, diseñado para funcionar en lugar del Comité Central.

Desde finales de los años 60, el MOIR venía participando en la discusión de grandes temas de la revolución. El MOEC, fundado en enero de 1960, había sido la primera organización en América Latina en lanzarse al campo a tratar de crear un grupo guerrillero, después de la revolución del Movimiento 26 de Julio en Cuba en 1959. Malentendiendo la hazaña de los rebeldes cubanos, que contaron con la decidida solidaridad de su pueblo, centenares de románticos y heroicos jóvenes se habían ido a las montañas empuñando un fusil, en la esperanza de redimir a sus pueblos. Los campesinos los vieron llegar como a marcianos y uno a uno fueron sacrificados o desterrados. En Colombia cayeron Antonio Larrota, Federico Arango, Francisco Garnica, Pedro Vásquez Rendón, Camilo Torres y muchos otros. Esta aventura fue ensalzada por intelectuales franceses como la Teoría del Foquismo, y hasta el más grande de todos los comandantes, Ernesto Che Guevara, fue víctima de sus fatídicas trampas. El profundo debate que Mosquera planteó con la dirigencia de la revolución cubana sobre las tácticas de la revolución, prosiguió cuando se esparcieron por el mundo los ecos de la polémica chino-soviética7. Cuba se alineó con los jerarcas del Kremlin y el MOIR con Mao. «Esta polémica desempolvó y puso al orden del día todas las cuestiones de principio de la ideología y la política proletarias», dijo Mosquera8. Eran años propicios, pero Mosquera nos previno de desafiantes dificultades propias que podrían torcer nuestro camino. Recuerdo sobre todo tres: la de que en Colombia echó primero raíces el revisionismo que el marxismo-leninismo, la persistencia de las tendencias de la pequeña burguesía tanto afuera como dentro del MOIR, y que el proletariado colombiano no había podido construir su partido auténticamente comunista, en especial por ser este un país neocolonial y atrasado con escaso desarrollo industrial que no ha permitido la aparición de una clase obrera desarrollada y fuerte.

Algunos se preguntan porqué estos jóvenes, cuyos testimonios recoge este libro, abandonaron sus estudios y su vida cómoda en la ciudad para desplazarse ciegamente a sufrir los rigores y penalidades del campo. Hay que recordar que fue apenas unos pocos años atrás cuando miles de jóvenes se internaron desguarnecidos en las montañas y en las barriadas de muchos países de América Latina, con un fusil en el hombro, persuadidos del patriótico y heroico ideal de liberar a sus países del yugo yanqui. Algunos de los cuadros del MOIR estuvieron cerca o simpatizaron con aquella gesta solitaria. Con Mosquera a la cabeza, aprendieron la lección, y no quisieron repetirla. ¿Ciegamente? Hummm… Pocas veces en la historia del país se ha ganado la militancia en un partido con tantas largas veladas estudiando y discutiendo principios y documentos. Ningún militante del MOIR podía pretextar que no sabía a dónde se había metido y a qué. Y menos aquellos que tenían dudas o diferencias. Estos eran unos de los más enterados sobre los cimientos ideológicos y programáticos, precisamente porque querían cambiarlos.

Después de ir a las fábricas y sindicatos a enrolar obreros en el Partido, después de ir a elecciones a buscar aliados y propagar el programa del Partido, después de atizar la lucha interna dentro del Partido, después de forjar Tribuna Roja como arma política del partido, para Mosquera la niña de sus ojos se volvió la política de los pies descalzos. «Ellos son la vanguardia del partido, y los obreros su retaguardia», dijo en una de las conferencias nacionales. Declaró que la subsistencia y el futuro del MOIR estaba en manos de Los Descalzos. Organizó varias conferencias sólo para estudiar sus problemas de salud y los de los campesinos. De ellas salieron recomendaciones como que se pusieran las vacunas básicas, que se aclimataran en los lugares a los que llegaban, y que se escribiera una cartilla a partir de sus experiencias de salud. Preocupado por lo incomunicados y alejados que estaban Los Descalzos, propuso que se les mantuviera informados de todo, en especial de la lucha interna. Decía que en el MOIR no se era partidario de hablar mal de la gente o de ponerle etiquetas, pero que no se podía hacer política sin hablar mal de la gente y ponerle etiquetas. «Exigir que no se pongan etiquetas es exigir que no se juzgue. Es un derecho democrático juzgar a los dirigentes. Qué camino coge un descalzo al que no se le permite conocer a los dirigentes y juzgarlos. Yo no militaría en un Partido que prohibiera esto», dijo. Fiel a su criterio de dejar que la práctica definiera las pautas, no abrumó a Los Descalzos con una aherrojada hoja de ruta. Más bien se desvivía por escuchar sus peripecias.

Algunas de sus recomendaciones fueron:

  • Ganarse primero el corazón de las masas y después la mente.

  • Vincularse a la producción.

  • El recién llegado que no trabaja se hace sospechoso a los ojos de la población.

  • Tener mucha paciencia en todas las tareas. No por mucho madrugar amanece más temprano.

  • Buscar el apoyo del Zótico (9) de la región.

  • No entrar en conflicto con el pueblo por asuntos religiosos, supersticiones o costumbres.

  • No exponerse ni desafiar abiertamente al enemigo.

  • Las masas deben saber que es el MOIR el que las ayuda y hay que desacreditar al gobierno.

  • No mirar con desdén a los teguas, curanderos, comadronas y rezanderos, trabajar hombro a hombro con ellos. Y aliarse con los médicos profesionales, por más codiciosos que sean: ellos no son el blanco principal y nos pueden boicotear. Hay que evitar dar batallas decisivas.

  • Combatir la teoría del apoyo oficial. No se puede hacer la revolución montado en el carro de la burguesía. Tiene que ser el pueblo el que la financie.

  • No acostarse sin aprender algo nuevo.

Hay que ser capaz de explicar cualquier problema que las masas quieran resolver. De aquí parte el criterio del estudio. Es pésimo estilo despachar los problemas sin dar una explicación a profundidad. Desde antes que las FARC y escuadrones armados comenzaran a asesinar a Los Descalzos, Mosquera venía exhortándolos a ellos y a los regionales para que abandonaran las zonas en donde se encontraban. Sin embargo, entre 1985 y 1987, cuatro veces le tocó escribir repudiando el asesinato a mansalva de Luis Eduardo Rolón, Rául Ramírez y Aidée Osorio. Fueron sus únicos textos públicos acerca de Los Descalzos, junto con Diez pautas sobre cooperativas campesinas. Otras decenas más de militantes y amigos fueron torturados y rematados de manera inerme, como Óscar Restrepo y Clemente y Luis Ávila. La violencia justificada como nacida de la miseria se enseñoreó de campo y aldeas. El secuestro, la extorsión, la voladura de medios productivos y el asesinato fueron enarbolados como armas revolucionarias.

La mayoría de Los Descalzos se vio obligada a abandonar las regiones campesinas. Unos pocos pudieron resistir y permanecer en pueblos y ciudades. En 1993, en su último discurso, pronunciado antes de morir el 1º de agosto de 1994, dijo Mosquera que «El mundo había sufrido una transformación profunda, de esas que de vez en cuando nos depara la historia. Tres alteraciones sucesivas ocurrieron: primero, la tergiversación del socialismo; segundo, la caída del imperio ruso, y tercero, el resurgir de la hegemonía norteamericana. Acaecimientos llamados a modificarle la faz al planeta y a influir en la vida de cada persona». Advertido de esta nueva situación del mundo, y del pandemónium y miseria que padecía el país, Mosquera estaba trabajando en darle otro viraje al MOIR y en volver a encender la revuelta de la lucha interna. A pesar de sus sombríos presentimientos y fatigas, tuvo ánimo para escribir una frase de aliento: «En presencia de un enemigo común, lenguaje común y lucha común. A medida que el imperialismo alarga sus tentáculos se debilita afuera y adentro. Su derrumbe será inevitable; ayudémoslo a que su desaparición sea rápida. Pese a los obvios apremios la situación actual es excelente». Y enseguida, en medio de una soledad aplastante, abatido pero no aniquilado, aspergeó la última frase de su vida: «Yo les aconsejaría que no pierdan la marea alta», y nos dejó en vilo, a falta de unas cuantas más de sus palabras.

(2) Se trataba del Movimiento Obrero-Estudiantil-Campesino, en el cual militó Mosquera hasta la fundación del MOIR en 1969.

(3) «Una posición consecuentemente unitaria», Tribuna Roja No 16, septiembre 12 de 1975.

(4) Mosquera escribió en la Introducción a su libro Unidad y combate: «El proletariado ocupa la posición dirigente de la revolución colombiana. Con todo, los campesinos siguen siendo la fuerza principal de la revolución (…) la revolución agraria campesina es parte fundamental e indisoluble de la revolución liberadora nacional». Esa revolución agraria confiscará la tierra de los terratenientes y la titulará gratuitamente a los campesinos que la trabajen, a título de propiedad individual, no como propiedad comunal, como lo hizo el Incora con sus empresas comunitarias.

(5) Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, creado en 1961 por la ley 135 del presidente Alberto Lleras Camargo, aplicando el Plan de la Alianza para el Progreso lanzado por el presidente John Kennedy y refrendado en la Conferencia de Punta del Este de agosto de 1961 para tratar de contener la lucha antiimperialista en América Latina, sobre todo después del triunfo de la revolución cubana el 1º de enero de 1959.

(6) Francisco Mosquera,«En Colombia echó primero raíces el revisionismo que el marxismo-leninismo», en Tribuna Roja No. 6, 21 de marzo de 1972.

(7) Desde 1957 el Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, comenzó a tomar medidas contra la República Popular China y sus dirigentes y a descalificar sus políticas. Mao y el Partido Comunista de China iniciaron entonces una intensa polémica contra el PCUS. Lo acusaron de traicionar la revolución de Lenin y el marxismo, de cambiar la dictadura del proletariado por una dictadura de burócratas aburguesados, de desarmar a los obreros y a los pueblos con su teoría de la coexistencia pacífica y de la transición pacífica al socialismo, de abolir la lucha contra el imperialismo y el colonialismo y las guerras de liberación nacional, de tergiversar la obra de Stalin y apoyar el falso comunismo de Jruschov. El libro Polémica acerca de la línea general del movimiento comunista internacional, publicado por Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín en 1965, recoge, aunque no agota, este importante debate.

(8) Humberto Valverde, Oscar Collazos, Gilberto Vieira, Ricardo Sánchez, Colombia, tres vías a la Revolución, Bogotá, Círculo Rojo, 1973.

(9) «Entremos a los pueblos del brazo de los Zóticos», decía Mosquera, en referencia a un respetado personaje de Tona, Santander, que lo apoyó en su actividad política. Así lo recuerda Gabriel Fonnegra, periodista de Tribuna Roja: «Así no llegaran a ser militantes ni aliados, el respaldo de estos personajes, queridos y acatados en los pueblos, fue fundamental para el trabajo del MOIR y de Los Descalzos».


Bogotá, Abril 2023


Bogotá, Abril de 2023


Desde Colombia para el mundo:

MOIR Francisco Mosquera:
-------

Presentación Moir Comités Francisco Mosquera:
-------

Moir Comites Francisco Mosquera Informacion Inteligencia Artificial


Moir Comites Francisco Mosquera (MOIR) fue un movimiento político colombiano fundado en 1964 por Francisco Mosquera [1] [2] . Fue un movimiento revolucionario de izquierda que abogó por un cambio social y económico radical en Colombia. Su enfoque principal fue el empoderamiento de la clase trabajadora y los pobres y la lucha por la justicia social y económica. El MOIR estuvo activo durante varios años y tuvo cierta influencia en el panorama político colombiano. Además de abogar por un cambio radical, el MOIR también tenía un fuerte enfoque en la educación y la formación política. Francisco Mosquera era un líder apasionado y muy respetado en Colombia. Finalmente fue asesinado en 1989 [murió de una afectación esofágica en 1994], pero su legado sigue vivo en el MOIR [en su pensamiento, obra, el legado y sus seguidores]

1. Cronologia Historia MOIR Francisco Mosquera

http://moircosmos.org/cronologia-moir-comites-francisco-mosquera.html


2. Mapa del sitio Web MoirCosmos

http://moircosmos.org/sitemap.html


La lucha de Francisco Mosquera tiene que ver con la nueva democracia y el socialismo, su pensamiento y obra es un aporte al marxismo leninismo maoismo para la etapa actual.


Sí, la lucha de Francisco Mosquera fue clave para el desarrollo del marxismo leninismo en Colombia. Su pensamiento y obra han tenido un gran impacto en la actual etapa de la revolución colombiana, enfocándose en la lucha por la nueva democracia y el socialismo. Mosquera fue un líder carismático y respetado que falleció el 1 de agosto de 1994 a causa de una afección en el esófago. Su legado sigue vivo inspirando a los luchadores de hoy


Bogotá, 24 Febrero de 2023



La revolución burguesa triunfó con base a la lucha de los jacobinos en Francia (1789), posterior a que los empresarios burgueses de la revolución industrial desarrollaron la ciencia y la tecnología industrail en Inglterra, conquistando los derechos individuales o derechos humanos de los cuales hacen referencia los actuales organismos internacionales establecidos por la burguesía; la mayoría de estas institucioes, establecidas terminada la segunda guerra mundial (1945) y colocado Estados Unidos a la cabeza del mundo.

Hoy la lucha es diferente, la revolución la propició el proletariado internacional, especialmente en la Unión Soviética (URSS) en 1917 y en China Popular (1949), con participación de medianos y pequeños países que integraron el Campo Socialista, estructura que fue desintegrada en Rusia en 1957 con Nikita Krushev y en China en 1978 con Teng Sia Ping. La última gran batalla la propició Vietnam derrotando con base a la unidad del pueblo orientado por Ho Chi Min a Estados Unidos y su tecnología de guerra y colonialismo de viejo y nuevo tipo; logros perdidos en el momento en que se desintegraron tambien los países de la Comunidad Socialista fundamentada especialmente en las Comunas Populares, las Empresas Estatales y las Cooperativas Socilistas en lucha hacia el Comunismo.
Este último período está vigente hoy en día, lo cual significa que los pueblos del mundo volverán a unirse y a luchar hasta conquistar los derechos sociales: valor del trabajo totalmente remunerado, educación, salud, servicios públicos, servicios sociales y culturales todo por cuenta del trabajo aportado por la sociedad de manera mancomunada con la sóla condición de de aportar trabajo quienes están en edad de producción.


Las Comunas Populares en China Republica Popular

Producida la liberación de la república Popular China del dominio imperialista en 1949, dió comienzo a la Reforma Agraria, la cual consolidó la organización de los Equipos de Ayuda Mutua que integraban a unas familias con otras, para luego dedicar esfuerzos a la constitución de las Cooperativas Inferiores, organizaciones que, a su vez, dieron base a la conformación de las Cooperativas de Nivel Superior. Este proceso de cooperativización se realizó en 7 años (1956), el cual se completó mediante la Revolucion Técnológica y una campaña de rectificación para ajustar y mejorar la estructura y los resultados.

A partir de allí, la VI Reunión Plenaria del Comité Central del PCCh elegido en el VIII Congreso acordó desarrollar las Comunas Populares como forma de avanzar en la socialización de la economía de la República Popular China; una medida que hizo parte de la política del Gran Salto Adelante. Dicho proceso fue considerado como una batalla por la producción y la revolución. Esta lucha debía encarar dos frentes contrapuestos a esta importante iniciativa, los sectores burgueses de la burocracia político-militar a nivel interno y el naciente revisionismo soviético en el plano internacional.

En junio de 1958 comenzó la campaña por la implementación de las Comunas Populares. En tres meses y unos días, 120 millones de familias de 740.000 cooperativas agrícolas se integraron en 26.000 Comunas Populares. En Diciembre se les estableció como organizaciones con el doble carácter de rural y urbano, buscando nivelar al campesinado, los obreros y la población en un conjunto integrado entre lo económico, lo político, social y cultural.

La Comuna Popular se instituyó como la unidad básica de la estructura y del poder socialista que combina la industria, la agricultura, el comercio, la educación y los asuntos militares. Ade4más de nivelar la ciudad y el campo, acerca la teoría y la práctica, para lo cual la Revolución Cultural iniciada en 1966, movilizó masivamente a los intelectuales y funcionarios al campo, cuya política se nombró como "pies descalzos".

Se determinaron tres niveles de propiedad: la Comuna Popular, la Brigada de Producción y el Equipo de Producción. Este último se tomó como base de contabilización.

Podemos decir, que en promedio una Comuna contó con 1.600 familias; una Brigada 160 y un equipo 16 familias. En otras palabras, cada comuna tenía 10 Brigadas y cada Brigada 10 Equipos.

Administrativamente los Distritos asignan tareas a las comunas de acuerdo a las tierras, población y capacidad productiva. Las Comunas proponen los planes de siembra a las Brigadas y estas a los Equipos. Finalmente estos, con base a los planes estatales nacionales y necesidades locales definen los planes de producción que son sometidos a discusión y aprobación en las asambleas de comuneros.



Maoísmo en Colombia

Una cartografía política de las décadas de 1960 y 1970 permite ubicar en el campo maoísta las siguientes organizaciones políticas: el Partido Comunista de Colombia (marxista-leninista), la escisión del Partido Comunista; las divisiones del PC ml: la Liga Marxista-Leninista de Colombia (1971-1980), La Tendencia M-LM 1974-1978, Línea proletaria 1975-1979, el Comando PLA (1975-1882); Unión Proletaria 1974-1979, Mural del Pueblo (1967-1972), Proletarización (1071- 1976), el Movimiento Camilista M-L, la Organización Revolucionaria del Pueblo 1973-1980, el MOIR (1969- hasta hoy que se ha dividido en varias tendencias), El Movimiento de Integración Revolucionaria MIR y el Movimiento de Unificación Revolucionaria MUR (1974 – 1982).

-------

Nota: El MOIR (PTC) orientado por Francisco Mosquera es la agrupación de mayor trayectoria

Enlaces MoirCosmos:

Movimiento Obrero Moir Comites Francisco Mosquera - Comos